Un cartel te la bienvenida tras un camino de piedras que es largo y angosto. Mientras más te alejás de la ruta 40, más te adentrás en el cerro y más ansiedad te da la soledad. No hay nada. Sólo están vos y la naturaleza. Durante varios kilómetros lo único que ves son pircas, nogales y cardones, pero de repente se abre la vegetación y la vida brota de forma increíble. Esa es la señal: ya estás en Talapazo, un lugar único en el mundo. Lo primero que te embarga es la paz: hay tanto silencio que podés escuchar hasta los latidos de tu corazón, que sólo se interrumpen por el cantar de un pájaro o por la brisa que golpea en algún árbol. Acá no se vive deprisa, ni rigen las preocupaciones de la vida citadina. Es un mundo aparte; una chance de conectarse con uno mismo, con la naturaleza y con las raíces del pueblo milenario que allí habita. Y, esta, es una experiencia al alcance de todos.
Talapazo es un pueblo de montaña, ubicado a 2000 metros sobre el nivel del mar en el Valle Calchaquí. Se encuentra a 11 kilómetros de Colalao del Valle; allí viven 26 familias dedicadas a la agricultura y a la cría de animales. Pero, desde hace un tiempo, sus habitantes se embarcaron en una nueva actividad para difundir su historia y sus costumbres. Se trata del turismo rural comunitario, una modalidad que permite que visitantes experimenten en primera persona la vida de pueblos rurales u originarios.
Son los vecinos, entonces, los que autogestionan alojamientos y brindan a los turistas experiencias culturales, de turismo aventura y de gastronomía. Todo sucede allí, en su pequeño terruño, ese mismo que habitaron sus mayores y que conserva, a cada paso, vestigios de una cultura milenaria, una tradición que los vecinos de Talapazo están dispuestos a compartir con quien quiera oír.
Un pueblo con historia
Para llegar, hay que ir con los ojos abiertos. A un costado de la ruta un cartel te indica el ingreso al pueblo. De allí, son seis kilómetros hasta el punto de recepción de visitantes, en un quincho/comedor que los talapaceños construyeron para recibir a los turistas. Allí nos espera Paola Agüero, vecina que nos cuenta un poco sobre el lugar en que nació. “Nosotros, antes que nada, somos una comunidad originaria. Tenemos raíces diaguitas-calchaquíes. Acá han vivido nuestros abuelos, nuestros bisabuelos... Estas tierras siempre han estado habitadas, por eso decimos que somos descendientes de los Quilmes (son uno de los 14 pueblos que integran esa comunidad). En las partes más altas de la montaña, de hecho, podemos encontrar restos de viviendas de aquella época. Este pueblito se ha mantenido con el tiempo, respetando su cultura y con un estatuto propio. No se venden ni se alquilan tierras y mantenemos nuestras costumbres ancestrales”, resume.
Lo único vivo no son las costumbres; la historia también se hace presente. Al caminar no es raro encontrarte algún resto de cerámica, o salir al jardín de una casa o de un hospedaje y ver algún mortero de piedra. Talapazo es un sitio “virgen”, protegido y custodiado por las familias, guardianas de la cultura de un pueblo. Y eso es lo que quieren difundir. “Hace años, un grupo de vecinos comenzó a tratar de trabajar con el turismo. Nos preparamos gracias al Ente Tucumán Turismo, que nos fue capacitando; y de a poco nos animamos. Primero con los hospedajes. Eso nos llevó mucho tiempo ya que las familias no tienen un ingreso fijo, entonces iban construyendo de a poco”, relata Paola y aclara: “la idea es transmitirle al turista parte de nuestras vivencias, y que sepa que estamos, que existimos”.
El impulso de convertir al lugar en un pueblo turístico no es sólo para generar fuentes de trabajo y para difundir la cultura: los pobladores quieren evitar la migración de los jóvenes. Y ellos, justamente, son los que más entusiasmados están; al ver forasteros, salen emocionados a saludar y a compartir un mate o una charla. “Es increíble poder transmitirle al turista que se puede vivir de muchas formas; mostrarle esto, tan natural, tan sano... Cuando uno se encuentra en este silencio, en esta naturaleza profunda, no sé... se va distinto”, dice Rubén Soria.
Un nuevo movimiento
Este Talapazo es muy distinto al de sus ancestros. Florencia Suárez lo confirma. Ella nació y vivió en el pueblo, pero en su adultez se fue a Salta. Con los años, decidió volver a acompañar a su madre, que ya falleció: hoy, además de tener un hospedaje en la villa, produce vinos malbec con uvas propias. “Es muy lindo ver como ha cambiado. Antes era todo tan diferente... ni camino había. Teníamos que irnos 16 kilómetros para comprar algo. Por eso tratábamos de vivir con lo que había, con lo que se cosechaba”, relata. La tierra es fértil: hacia donde quiera que mires hay plantas. Los nogales son protagonistas, pero también están los viñedos; se siembran diferentes tipos de maíz y hay plantaciones de zapallo, poroto, chañar, higo, tuna, pera, durazno, limón, naranja y “todo lo que pueda crecer”. En cuanto a la ganadería, principalmente se conserva la cría de cabras. “Si uno necesita verdura o carne, se la pide a un vecino. Acá nos ayudamos entre todos”, añade Paola.
“Antes, si venía gente, era a caballo. Ahora el boca en boca y el trato atrae a los turistas. Todos se van muy contentos; es venir a vivir la experiencia completa, ¿no? Acá el silencio los despierta... A ellos les gusta mucho y vuelven”, dice Florencia, que se muestra muy contenta con este nuevo impulso al pueblo, y admite que seguro su madre y sus mayores estarían muy contentos de ver que el paraje sigue latiendo, a pesar de los años y de la emigración.
Ahora, ¿qué significa “vivir la experiencia completa”? Es, literalmente, vivir como un talapaceño. Si las cabras acaban de dar a luz, podés ordeñarlas, observar la cría de los animales o participar en la producción de un queso u otro producto lácteo. En época de maduración de los nogales, podés salir a cosechar nueces. Con los vecinos podés aprender a elaborar comidas típicas (y degustarlas, claro está), o aprender cómo se prepara un “café” de higo, tusca y algarroba, típico en la zona. Hay, además, opciones de paseos, como el Sendero La Loma. Ese camino supo ser un punto estratégico de defensa de los antiguos pobladores, y hoy permite ver restos de construcciones y una muestra de la flora y de la fauna del lugar.
La cultura, en tanto, no se queda afuera: se ofrece un fogón de mitos y leyendas, “como cuando nuestros abuelos nos sentaban alrededor del fogón para contarnos historias del Valle”, evoca Rubén.
Los turistas también pueden participar de una jornada de coplas o de una corpachada (un ritual a la Pachamama), e incluso pueden sumergirse en la historia con un recorrido por el sitio arqueológico de Talapazo, en las mismas condiciones que lo abandonaron los Quilmes (para que no sea alterado no está señalizado y, por respeto, sólo se puede ingresar allí con un guía del pueblo).
Información de interés
Este lugar de piedras (eso significa “talapazo” en lengua cacán) está lleno de opciones para vivir una experiencia de turismo diferente. Sólo falta animarse. La entrada al pueblo está en el kilómetro 4.301 de la ruta 40. Luego del recorrido de seis kilómetros hacia el oeste, llegás a la plazoleta principal. Allí está el quincho en el que hay que anunciar la llegada.
Talapazo tiene, además de las viviendas familiares, seis hospedajes: todos tienen lugar para cuatro personas, baño propio y pava eléctrica (“porque todos los turistas toman mate”). En el pueblo hay, además, un mirador, una iglesia, un salón comunitario, una plaza y una escuela, que se logró por la lucha de una talapaceña que perdió un hijo en un accidente vial (antes los chicos tenían que ir a estudiar a villas aledañas).
En total, hay espacio para recibir en simultáneo a más de 20 visitantes. Los lugareños advierten que la ocupación para Carnaval ya está al 100%; recomiendan realizar reservas con anticipación para hospedajes, para gastronomía y para las experiencias turísticas. El teléfono de contacto es el de Paola, +543816222254.